Hace poco alguien compartió en las redes sociales un
artículo que me sorprendió del reconocido columnista de la revista Semana Antonio Caballero. Soltó el tono pesimista –comprensible dado el país que tenemos– y saltó a las lides del activismo cannábico. "Antonio Caballero fumó marihuana, ¡y lo acepta!" pensé. Muy importante esto último porque el lío actual con la planta se basa sobre todo en una hipocresía ya conocida por muchos. Digo, basta ver al presidente Juan Manuel Santos acercándole la nariz a un comprimido de 5 kilos de María y pensar que estudió en una universidad yankee en la década de los 70's para atreverse a leer su pensamiento: "la de Kansas en mi época estaba mejor".
|
Presidente de Colombia, Juan Manuel Santos |
Aquí en el Uruguay el porte y consumo de marihuana es legal. La producción no. Ya hace un par de años se está conversando sobre la legalización de la siembra para romper uno de los nidos del narcotráfico –seguro el que es, por la abundancia de mercado, el más rentable en estas latitudes–. Aquí el que se fuma un porro no es estigmatizado, pues basta tener un dedo de frente para entender que la sustancia es nociva en la medida del uso que se le da.
Sin embargo, me da la impresión de que tanto aquí la defensa del consumo o, en genérico, de la libertad, como en la columna de Caballero, se trata a la marihuana quizá de forma ingenua. En el Uruguay, los promotores de la planta la volvieron símbolo de progreso, de "aquí respetaremos los gustos de todos". Caballero dice en su columna "el uso de las drogas, que liberan, ha sido calificado por las autoridades como un delito, como una enfermedad". Yo comparto ambos postulados: nadie puede pretender decidir sobre nuestro cuerpo y, mucho menos, criminalizar la decisión soberana de utilizar una sustancia que nos permita explorar nuestra conciencia. Su moral no será nuestro yugo, los límites de sus placeres no serán nuestra prisión.
|
La marcha por la legalización en Montevideo, el pasado mes
de marzo, convocó a una multitud de personas.
Foto: Santiago Mazzarovich |
La ingenuidad que menciono radica en dos problemas que veo a la apología de la hierba y a su impulso legalizador. Primero, hay un discurso romántico de que el cannabis abre otras puertas, todas buenas. Yo no creo eso. Aunque ciertamente no sabemos los efectos reales de los distintos tipos de consumo, mi experiencia personal y social me permite decir que muchas veces se levantan cerrojos que pueden llevar a problemas de salud, de motivación, de concentración o memoria, de pereza y estancamiento. Aquello está relacionado, posiblemente sea un epifenómeno, con el segundo problema: parece aceptarse sin discusión que el consumidor es responsable, lo cual es imposible dada la circunstancia de oscurantismo que rodea a las drogas. La mayoría de jóvenes no tenemos información suficiente puesta en los canales adecuados para tomar decisiones responsables. La ignorancia es un problema de la sociedad y este caso cabe ahí. Son las instituciones del Estado, pero sobre todo la principal Institución, la familia, las que deben combatirla. Pero en éstas están enquistadas la ignorancia y la hipocresía. Cierre del círculo vicioso.
La política de legalización debe tener una antesala fuerte de investigación, de identificación seria de problemas en el individuo por el consumo, o más bien, por los tipos de consumo, y de difusión de lo encontrado. El respeto a la libertad no puede reducirse a liberalizar, debe ampliarse al enseñar. ¿Será conveniente lanzar la marihuana al mundo de los productos sin una preparación previa de las mentalidades y las conciencias sobre su utilización? ¿Debe dejarse que la ignorancia sea la brújula de los crecientes nuevos consumidores?
|
Habrá que superar el "dicen" por otro tipo de conocimiento al respecto. |
"la de Kansas en mi época estaba mejor" jajajajajjajajaja que bueno richi!
ResponderEliminar