Iba caminando por la importante avenida 18 de Julio de la ciudad de Montevideo, cerca a la Intendencia municipal. Linda noche otoñal bendecida por un paro en el agreste viento que caracteriza por estos días a la capital del Uruguay.
Un niño caminaba detrás de la madre, que conversaba quizá con su hija mayor y no prestaba atención al imperioso llamado del impúber. "Mamá... mamá", llamaba el niño, tal vez de 10 años. Me pareció extraño que la señora que iba adelante suyo, quien yo supuse que era su madre, no volteara. Me enganché en el suceso. Una cuadra más adelante el niño continúa el llamado, pero esta vez llega hasta donde la madre y le hala el brazo: "Mamá, ¡me pido a Escobar!". Abrí los ojos: ¿Qué? Esto es demasiado.
Bueno, la mayoría de colombianos no lo saben, pero en el Uruguay están muy a tono con las megaproducciones televisivas colombianas. El canal Monte Carlo transmitió Escobar, el patrón del mal mientras en colombia todavía no había terminado la serie, y recientemente comenzó a transmitir Tres caínes en horario nocturno dos veces a la semana. Parece también que antes de mi llegada la pantalla chica uruguaya le presentó a sus televidentes producciones como El capo o El cartel de los sapos.
Ya no me extraño cuando los orientales, al saber de mi nacionalidad, me vinculan con mafias, narcotráfico, muerte y corrupción. En las conversaciones con ellos es común que pregunten por tal o cual suceso, por Rodrigo Lara Bonilla, por ejemplo, o que tengan la noción de que Colombia vive en una anarquía de violencia. Y más grave aún es que la mayoría desconoce cuestiones básicas del país como más o menos cuántos habitantes tiene o con qué naciones comparte fronteras.
Algunos programas de televisión que tanto beneficio económico le están significando a dos organizaciones privadas –entiéndase los canales RCN y Caracol– están regando por el continente un desolador imaginario del país y de sus habitantes. ¡Nos están transmitiendo como una horda de mafiosos! Los extranjeros no tienen por qué creer otra cosa si eso es lo que se está comunicando al mundo.
Frente al paupérrimo control que el Estado colombiano ejerce sobre los canales privados de televisión, mi pregunta es: ¿Debe una nación de 45 millones de almas permitir que su 'comunicación externa' con otros pueblos esté mediada por el interés rapaz y mercantilista de un par de empresas de comunicación? Además de sufrir la inmoral manipulación de la información y de la opinión pública que desde sus primeras emisiones por allá en 1998 ejercen, ¿tiene la sociedad colombiana que ser manoseada en su buen nombre y honra? ¿El derecho al buen nombre que ampara al individuo no se extiende como un derecho de la sociedad en su conjunto?
La cuestión incisiva es si un grupo de personas que son representadas por un Estado no deben imponer restricciones serias al poder desbocado de comunicar en nombre de todos de un par de organizaciones. ¿Cuántos niños más en Latinoamérica tienen que 'pedirse' a Pablo Escobar para que entendamos que lo que estamos sembrando en materia de imagen país es abominable?
¿El derecho al buen nombre que ampara al individuo no se extiende como un derecho de la sociedad en su conjunto? Creo que esa pregunta es clave para discutir esa terrible imagen que nuestra televisión sigue divulgando.
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